Como me enamoré de la aviación y mi primer vuelo

La aviación es algo alucinante para aquellos a los que nos gusta el mundillo, y creo que todo el mundo tiene una historia de como entro en él.

Yo nunca me había fijado en los aviones, no era algo que me llamase mucho la atención, de hecho a mi lo que realmente me gustaba eran los trenes. Fue a los 6 o 7 años y gracias a un pequeño libro titulado «¿Cómo vuelan los aviones?», parte de una colección de libros para niños, que tenía mi abuela en una estantería, que me dio por pensar en cómo se veía el mundo desde las alturas. Recuerdo que muchas veces abría el libro, no para leer sino para mirar las imágenes que me fascinaban.

Después de aquello y con el tiempo pasé a buscar vídeos en Internet y pasé de querer estudiar medicina a querer ser piloto.

Tiempo después, cuando mis padres descubrieron que me apasionaba la aviación y tras pedir durante mucho tiempo que me dejasen ir en uno, mi madre me llevó a Roma para que de una vez por todas me callara. Recuerdo que, inmediatamente después de que me lo dijera mi madre, busqué en Internet fotos de aviones de Vueling y vídeos de aterrizajes en Roma. Por fin a mis 12 años iba a volar.

Era pleno Agosto, a penas había dormido y en cuanto sonó la alarma a las 4 de la mañana me levanté de un salto y me vestí a una velocidad de récord. Era el primer vuelo a Roma de Vueling del día, y el primer vuelo de mi vida, y como buen aerotrastornado estaba nerviosísimo.

Dejamos el coche en el parking y entramos a la T1, desde donde opera Vueling, y tras pasar el control de seguridad fuimos a una cafetería para desayunar antes de embarcar. Nunca había estado en un aeropuerto, y no me lo imaginaba así. Me impresionó la cantidad de tiendas que había y sobretodo la cantidad de gente que por allí se movía a esas horas.

Estaba tan nervioso que no comí nada (yo que no desperdicio cualquier ocasión de hacerlo). Sólo quería llegar a la zona de embarque para ver aviones.

Tras unos 30 minutos de espera, que se me hicieron eternos, por fin acabamos de desayunar y pude ir a la puerta donde se veía un precioso A320 con los colores amarillo y gris de Vueling que esperaba flamante a que yo me subiera en él.

Recuerdo que el embarque fue rápido porqué en pocos minutos estaba ensimismado viendo el cockpit del avión. Me alucinaba la cantidad de botones y luces, y recuerdo mirar a los pilotos con respeto y fascinación.

Poco después estaba sentado al lado de la ventanilla sobre el ala derecha del avión. En aquel momento era el niño más feliz del mundo.

Comenzó el retroceso y la safety demo. Recuerdo especialmente a la TCP vestida del bonito uniforme de Vueling más cercana a mi, que tras los mensajes de seguridad se me acercó para comprobar que llevaba abrochado el cinturón. Admiraba a todas las personas que estaban trabajando en el avión (y las sigo admirando, tanto a las que trabajan en el avión como a los de tierra).

Aquel olor característico, aquel ambiente, entonces supe que todo aquello era lo que quería.

Nos acercamos a la 25L y por megafonía se dejó oír el mensaje del comandante. Los motores rugieron y sentí la potencia de aquel A320 que me dejó impresionado. Jamás pensé que la sensación fuese así. Contra todo pronóstico me encantaba aquello (mis padres estaban seguros de que me iba a dar miedo volar) y cada vez me quedaba más claro que quería dedicarme a ello.

El vuelo fue perfecto. El comandante habló varias veces informando de las pocas islas que sobrevolamos, y yo escuchaba con atención al mismo tiempo que miraba por la ventana, de donde no despegué la nariz en ningún momento.

Llegó el aterrizaje y tras esto llegamos a la puerta de embarque, puntuales.

Debo admitir que no quería salir del avión, y aunque Roma es una ciudad que me encanta, volver a casa se hizo más ameno gracias al vuelo, a Vueling y a mi maravilloso descubrimiento de que me quería dedicar al mundo de la aviación, lo que realmente me apasiona.

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